Si pienso cómo era la enseñanza en mi campo, el musical, cuando empecé a dar clases y cómo es hoy, la sensación puede llegar a ser inquietante. Para empezar, muy pocos alumnos tenían un ordenador en casa, e internet era algo ajeno a nuestras vidas. Poco a poco íbamos haciendo importantes inversiones en PCs con menos memoria que un pez y monitores titánicos, y, en no demasiado tiempo, adornábamos nuestros escritorios con aparatosos y ruidosísimos módems. Empezamos a exigir más rapidez, más funciones, más aplicaciones, y se llegaba, como en el caso del programa Sibelius (1993) en música, a comprar ordenadores específicos para una aplicación determinada, a la espera de las versiones Windows.
Nos dimos cuenta de que las queridas máquinas de escribir servían ya de poco y que los procesadores de texto, por rudimentarios que fueran, que lo eran, las superaban por goleada. Nos acostumbramos a que nuestro ordenador nos corrigiera las faltas de ortografía, a que todo era corregible a tiempo y a que la información apenas ocupaba espacio.
Yo diría que la normalización de internet, su "socialización", al menos en mi entorno, no necesitó más de tres años en gestarse; de ser una casi excentricidad pasó a ser imprescindible. Al principio lo usábamos como quien visita una especie de gran enjambre de escenarios cargados de información. Pero la verdadera revolución no era la tecnológica, como a primera vista pudiera parecer, sino la social. En mi caso hubo un momento muy concreto en el que me di cuenta de que ante mi había mucho más que una utilidad para el trabajo, el correo o el chateo. Gracias al contacto con una red muy especializada, innovadora y con una buena gestión de las relaciones, conseguí superar un pequeño problema en la crianza de mi primer hijo; una herramienta que luego se englobaría dentro de las 2.0, en concreto un foro, me ayudó por primera vez. Desde ese momento, mi respeto y "lealtad" hacia la red se hicieron inquebrantables, o casi. Y esto último no era del todo fácil, porque no faltaban las voces reaccionarias que criticaban ferozmente ese entorno virtual, desnaturalizado y artificial que la tecnología proporcionaba.
Para los músicos la creación de los programas editores de partituras (Encore, Sibelius...) dio un vuelco en la creación y edición música. Por un lado, cuando un compositor creaba una partitura no podía escucharla hasta que alguien quisiera tocarla, cosa harto difícil, y los nuevos programas daban la opción de poder oír lo que se escribía, aunque con unos timbres que dejaban mucho que desear, eso si. Pero además, la caligrafía musical es difícil, y en muchos casos se encargaba a un "amanuense" la labor de pasarla a limpio, y ahora los nuevos programas iban facilitando esta labor. En éstos momentos, el contacto en red de los pocos que en un principio usaban estas aplicaciones resultó ser esencial para salvar más de un problema con ellas.
En estas primeras entradas del blog se nos pedía comentar nuestras experiencias con las herramientas 2.0 y aportar algo sobre ellas. Hay ya muchas entradas estupendas (todas lo son) hablando de ello, y en lo sucesivo intentaré contribuir algo al respecto, sobre todo en el campo musical. Mi experiencia con los recursos 2.0 ha sido muy progresiva y las aplicaciones que he hecho de ellos múltiples y me pareció que hacer una pequeña restrospectiva personal podría ser otra forma de colaborar.
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